La chica de la carretera



La chica en la carretera

A pocos en la vida le suceden cosas increíbles sin proponérselo y en los lugares menos esperados o comunes. Carlos experimentó algo extraordinario en un día corriente de trabajo. Carlos acaba de graduarse de su carrera de ingeniería. Así como la mayoría de los jóvenes que egresan de la universidad tienen que aceptar malos trabajos para evitar ser enjuiciado por la gente a su alrededor con la odiosa frase: “¿Todavía no estás trabajando?” y demás palabrerías que incomodan a un recién graduado, por lo que Carlos terminó aceptando la primera oferta laboral dentro del ramo de la ingeniería, y, por supuesto, renta un modesto departamento para que no le acosan ahora con el: “¿Y para cuándo te casas?”. Carlos trabaja en una industria que procesa alimentos para cerdos en las afueras de la ciudad. Todos los días tiene que recorrer en su carro –de segunda pero funcional- por 40 minutos de su casa hasta el trabajo.

Carlos en su rutina semanal recorre una estrecha carretera que surca el valle, en los alrededores de la ciudad. La blanquecina luz de la mañana le ciega mientras las vacas pastan en el paisaje rumbo a sus labores rutinarias. De regreso, la luz ámbar de la tarde en un punto de la carretera le golpea la cara y la toma como señal de conclusión de sus rutinarias labores. Ve vacas pastando por la mañana; la luz ámbar que le golpea la cara; check in, check out. Así es de ida y vuelta.  

El fluir de los días cotidianos de Carlos le absorbían la mayor parte de su tiempo, incluso no tenía tiempo de socializar, por lo que cada vez se convertía en un ermitaño urbano, cada vez alejándose más del contacto social, sumergido en su pequeño departamento de renta. Leyendo libros alocados, viendo películas aún más alocadas de italianos subversivos y escuchando su colección de rock clásico. Solo. Sin el sentido trágico de la soledad, ni estado melancólico del joven aislado. La soledad es algo que simplemente asumía, en resumen: un chico más común que corriente… Pero en fin. Lo del día extraordinario…

En un día rutinario, cuando venía de regreso a su casa, pasaba por la estrecha carretera que conocía de memoria –conocía cada curva, cada bache- al pasar la curva en donde el sol del atardecer por un momento lo ciega, justamente al pasarla, ve en el horizonte rectilíneo del panorama, una figura a un kilómetro de distancia. Carlos pensó que era una vaca o un buey que normalmente se cruzaban y por lo que tenía que bajarse y espantar a la vaca, que de manera imperturbable se quedaba en medio de la solitaria carretera. “Uchaa!” grita en esos momentos y la vaca que ocasionalmente se queda pasmada, se le queda viendo con un envidiable estoicismo mientras mastica. Pero esta vez no era una vaca…

Acercándose a la figura de en medio de la carretera comienza a divisar una persona, por lo que continúa disminuyendo la velocidad con la espera de que ésta se percate del auto y se mueva. No se mueve. Carlos se acerca más y más y mira a alguien. Es una mujer. No se mueve a pesar de la cercanía del auto y de que Carlos no atenúa su velocidad. A escasa distancia, Carlos tiene que frenar abruptamente ya que la chica sigue en una posición estoica viendo hacía enfrente como si retara a que pasase sobre ella. Carlos frena totalmente a centímetros de ella. Ante el extrañamiento de él: una chica solitaria en una carretera solitaria del valle. Se acerca de abrupto la chica a la ventanilla y le pide un aventón, sin preámbulos ni justificaciones ni cortesías: “Dame un aventón” dice ella y Carlos, ante el estupor y el reconocimiento de que esta vestida de alta costura, para una ocasión especial como para una boda. Vestida elegantemente parada en la nada y le pide raite a Carlos. ¿Cómo llegó ella a esta situación? Es absurdo. Tal vez el novio la dejó en una pelea durante el viaje a una hacienda de un acaudalado para presenciar la recepción de una boda. Siendo viernes es probable.

Durante el viaje de regreso a la ciudad, Carlos rompe el hielo de los primeros cinco minutos del encuentro, preguntándole cómo demonios terminó sola en las tripas de una desolada carretera. A lo que ella le contestó indiferente: “Estaba en una fiesta en el campo, y los tipos con los que andaba eran unos idiotas. Me daban asco, hablando como radio desintonizado… mira, soy bipolar y hago decisiones abruptas” Luego ella lo voltea a ver y sonríe: “Y tú, que putas andas haciendo por aquí. Esperaba un viejo vaquero a que me diera un raite.” “¿Cómo te llamas?” “Lucrecia”. Y repetía en su mente el nombre de Lucrecia para no olvidarlo ya que es un nombre poco común en la región.

Y como cualquier encuentro fortuito que surge de la casualidad: de A pasaron a B y de B a C y demás. Frases introductorias, chistes. Escolaridad. Edad. Poniéndose al descubierto de las biografías de cada uno. Hablando honestamente como si se conocieran desde antes que les saliera vello púbico. Carlos no creía en el cliché emocional de la media naranja, del ánima, pero comenzó a considerarlo justo cuando metió cambio en el Kilómetro 22.

El ánimo de ambos aumentaba a la par del calor de la conversación y del velocímetro del Tsuru en la carretera internacional, ya a escasos minutos de arribar a la ciudad. Después de un rato de una nutrida conversación ambos en su mente consideran las posibilidades. Carlos pensó en la increíble coincidencia de la convergencia de ambas biografías gemelas que se encuentran en el lugar más absurdo y menos pensado. Ella interrumpe su sopor introspectivo proyectando un deseo oscuro de él. Es como si ella representara su subconsciente y se lo hiciera salir: “No me dejes en casa”.

De la teoría que ambos formularon en el Kilómetro 22. La teoría de romper con la odiosa rutina y los esquemas quemados de los procesos de conocer gente. La teoría del  abrupto, del presente, lo comenzaron a llevar a la praxis, es decir, de la teoría a la práctica.

De conocerse hace 45 minutos pasaron a ser los amantes más desenfadados de la ciudad. Bailaron, bailaron los géneros más ridículos en los bares más sórdidos. Minutos de vino y rosas. El éxtasis del presente se presentó en ambos y el furor no bajaba, como si esnifaran cocaína y no bajaran de la cúspide efervescente. Así se convirtió en las siguientes horas. Paseos por los parques con las manos sudadas, confesando perversiones y miedos inconfesables. Así iba la noche, una noche perfecta para Carlos, que no concibe la suerte de estar en esta situación con una chica sumamente atractiva. Y la noche termina como debe terminar: cogiendo como salvajes. En el departamento de Carlos pasan un maratón de sexo sin concesiones y después de cada culminación, de cada venida, ella le decía las cosas más obscenas. Carlos no daba reparo ante tal situación. La situación de una relación perfecta para él: Una bellísima chica con una biografía similar a la de él y con gustos similares –le encanta Led Zeppelin, ha visto cine de Pasolini y le gusta leer- Perfecto. Después del frenesí carnal, los dos, Carlos y Lucrecia; Lucrecia y Carlos, terminaron tiernamente abrazados hasta caer los dos dormidos.

En la mañana…  

Lucrecia despierta, se viste precipitadamente y acude a la cita del café con sus mejores amigas. Es sábado y no hay que acudir al trabajo. Entre plática y plática; entre tema y tema Lucrecia propone un tópico tan interesante que hipnotiza a todas sus amigas:
-Es extraño. Muy loco. Anoche me sucedió algo extraño. Fue real. Esto comienza en que estoy en medio de la carretera, tengo puesto un vestido elegante de noche, justo en la nada, estoy en una desolada carretera del valle ¡Y estoy vestida en Prada! Es raro… Bueno, estoy ahí y estoy completamente sola. Nunca había sentido la soledad de una manera tan… satisfactoria. Es decir, me sentía en una paz tremenda y volteaba alrededor y no había ninguna presencia, humana quiero decir, estaba a solas con la naturaleza, había un par de vacas pastando en el horizonte. Escuchaba sólo a los grillos, sentía una paz intensa. El sol comenzaba a ocultarse detrás del monte, y me cegaba sus últimos destellos. No me movía. Estaba en éxtasis. Parada en la carretera solitaria. Es como si hubiera encontrado el nirvana… es extraño. Las sensaciones son tan reales…

“Pero luego ocurre algo más. Siento como si algo extraordinario fuera a suceder pero aún no sé qué demonios… De pasar al éxtasis a comenzar a reconocer algo… no sé… ¿Qué loco no?... De repente volteo hacia enfrente y diviso de abrupto un auto que viene directamente hacia mí a gran velocidad. No baja a la velocidad y sigue acercándose frenéticamente y yo no respondo ante el éxtasis. Me sentía como conejillo lampareado. Fría, inmóvil. No sentía miedo. Y el auto viene a unos metros, a unos centímetros sin parar a gran velocidad y justamente antes de echárseme encima el auto, despierto… ¿Qué loco es esto no?”.

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Nota: ésta es la sexta historia del reto de cuento corto sobre una chica caminando por la carretera. Su autor  es  Parkour a quién le agradezco su tiempo y su imaginación.

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